La gripe aviar

Tengo un gran respeto por la naturaleza pero los pollos nunca han sido santos demi devoción. Para mí representan lo más precario del reino de las aves porque ni siquiera pueden volar y, cuando lo hacen, siempre andan lanzando cacareos de terror.
Son aves, pero más parecen reptiles por su espíritu arrastrado. La permanente procura del alimento los ha llevado a esclavizarse de los humanos, porque para los pollos es necesario hacer la concesión de estar presos a cambio de alimento seguro. En esto, hay que reconocerlo, no hay gran diferencia con los propios seres humanos. Lo grave es que éstos últimos tienen el cerebro bastante más grande y no se andan picoteando por un poco de alpiste (o quizás si, mala comparación). Sin embargo, lo que me mueve a escribir estas líneas de furia es la enorme cobertura mediática sospechosamente otorgada a la gripe aviar. Antes eran los comunistas, después los musulmanes y ahora el terror viene emplumado. Pero resulta que si uno indaga un poco, se da cuenta que la famosa gripe aviar ha causado un número de muertes inferior a las uñas encarnadas. Y acerca de estas últimas, la CNN no ha hecho reportaje alguno ¿No será entonces que sólo se trata de asustar a muchos para enriquecer a pocos? Acabo de leer que los grandes laboratorios ya han vendido millones de vacunas que nos defenderán de los pollos. Y eso que está probado que la famosa gripe sólo se pega de pollo a humano y no de humano a humano. No sé ustedes, pero yo cuando me encuentro con un pollo, ya está en mi plato, muerto y dorado. ¿De dónde entonces tanta preocupación?

 

Corriendo como pollos y pensando como gallinas, a los seres humanos del siglo 21 nos pueden vender cualquier estupidez. Y el que no esté de acuerdo que se sacuda las plumas.

 

José Cembrano Perasso

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La fiebre dEl llamo

25 de abril de 2006. 12:00 horas, aprox. Coordenadas:
7381073 N, 598554 E (cercanías de Peine, II región, Chile). Día completamente despejado (agobiantemente mejor dicho) y un sol abrasador, propio de la pampa nortina. Último día de terreno. Ya no importaba la pulcritud ni la calidad de la labor, sólo terminar rápidamente para refugiarse en el oasis más cercano y planificar el tan esperado «asao». Precisamente, mientras disimulábamos hacer geología, martillando por inercia los afloramientos y garabateando la libreta, apareció en la escena un personaje (en adelante, el Portador) ausente desde hacía varios minutos. Dentro de una pequeña quebrada vimos materializarse su figura, vociferando teorías acerca de la estratigrafía del lugar. Nadie prestó atención a sus tesis. El Portador estaba extraño, absorto. Sus ojos desorbitados revelaban un singular estado de excitación. Luego, cuando nutríamos nuestros cuerpos a base de pan y agua, el comportamiento del Portador cambió de extraño a preocupante. De su boca se emitían sonidos guturales avícolas y la incoherencia se apoderó de su dicción. Era imposible descifrar sus pseudo-frases.escanear0002.jpg Inexorablemente se asoció el incidente a los efectos de la radiación solar, hasta que surgió una teoría que encajaba muy bien en el problema: un llamo doncello había puesto fin a su etapa infantil a expensas de nuestro camarada, contagiándolo con un extraño mal pampino, «la fiebre del llamo». Nadie rebatió la hipótesis, más aún, se agregaban un sin fin de argumentos que apoyaban la idea, por lo que el veredicto fue tajante; nuestro amigo, cada vez peor, había sido ultrajado por el lujurioso animal en un acto de concupiscencia bestial.

by Sir Roussis.
Campo 1, grupo Mota.

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La Caluga

La caluga es una cruel enemiga del hombre. Una vez dentro del paraíso bucal, esta dama dulzona y melosa inicia la perversa búsqueda de su objetivo. Éste es usualmente un objeto metálico, de agudas aristas, cuya presencia sólo es notada cuando se ausenta sin remedio. Ocurre entonces como con algunos difuntos, de cuya existencia nos enteramos aquel día en que parten. Es la pérdida irremediable la que desencadena el dolor. Pero no el olvido.Es por todos sabido que la caluga posee una musculatura y adherencia envidiables. El día menos pensado, la caluga se pega a la tapadura, la arranca de raíz, transportándola inerte, lengua mediante, hacia los horrorizados dedos de la víctima. El terror se convierte en pánico cuando la lengua, histérica, penetra por vez primera el abismo dejado tras el retiro involuntario de la tapadura. Un sudor helado nos recorre, mientras en la cabeza surgen preguntas urgentes: ¿Hay compromiso estético?; ¿Es inminente la visita al dentista y su maquinita? ¿y si me olvido y me hago el tonto? Usualmente uno elige esta última opción; pues hacerse el tonto es deporte nacional de medalla olímpica. Vienen semanas de soledad y desaliento. La vida pierde su sentido. Maníes y almendras son reemplazadas por gomitas y sustancias. Las que antes parecían tareas insoportables, como tener que poner llave a la puerta o apagar el calefont antes de salir, se tornan irrelevantes en comparación con soportar el horror del hoyo no deseado. Si no se consulta al dentista tras cuatro semanas del incidente, comienza a desarrollarse otro proceso, peor e irreversible, consistente en la destrucción última de la muela. Elementos otrora inofensivos como una pepa de limón, una semillita de sésamo, o una piedrecilla en las lentejas se transforman en crueles hienas carroñeras de la muela en desgracia, la cual, tras un mes de desamparo, ha quedado transformada en una ruina viviente, un nervio a punto de aflorar. Entonces, la mayoría acude al dentista. Como usualmente no hay disponibilidad de horas, la cita se posterga. Incomprensiblemente, se siente alivio, se rellena el ya familiar hoyo con la lengua díscola y se ríe cómplice; la visita será postergada por causa ajena a la propia voluntad. Es entonces cuando sobreviene la muerte del molar. Como mudo testigo del triste deceso, queda un espacio sin llenar, una tecla negra en el piano triste de la sonrisa. Ha vencido la caluga, bestia dulce pero traicionera.

José Cembrano Perasso

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